martes, 4 de noviembre de 2014

La noche es larga y culebrera



"siéntanse seguros de que ese es su ritmo, pongan cara de champeteros y caminen estrafalarios para que no se vean tan niños ricos,  ni parezcan chicharrón en ajiaco",decía Miguel, un cartagenero de nacimiento para que no nos miraran feo. 

Por: Juan de la Ossa  

Posando con Mr Black 


Eran las siete de la noche y algo más del pasado Domingo 28 de Septiembre, cuando el padre de la Iglesia La Trinidad de Getsemaní en Cartagena, dice que nos podíamos ir en paz, durante la ceremonia y mientras tomaba de la mano a María Angélica, mi novia, no hice otra cosa que pedirle al padre celestial protección y por supuesto que nos alejara de todo aquello que no era digno de un cristiano.

De repente y transcurriendo sólo un unos minutos desde que salía del encuentro religioso, el universo en complicidad con lo mundano parecieran no estar satisfechos con mi purificación y se valen de Lina, una prima cartagenera que por cosas del destino me invitaba un rato a casa de sus amigos catalanes, en ese mismo sector que guarda en su arquitectura la historia esclava y española pero sobre todo el componente que hace mágico al ‘corralito de piedra’. 


En aquel sofá republicano y rodeados de una hermosa piscina donde nos esperaban sus amigos, parecían todos una portada de etnias africanas y europeas que posaban para cualquier revista cultural turística, ya que el contraste de sus rostros blancos y extranjeros revuelto con el de los nativos cartageneros, resultaba un tanto extraño a mis ojos al ver cómo esos nuevos dueños hacían lo que sus antiguos y mestizos propietarios jamás permitirían con aquellos simpáticos mulatos, que en el mundo de hoy eran sus amigos y no esclavos.

Luego de compartir un tiempo largo en el que tomé un par de copas, por supuesto sin excederme. Miguel, uno de ellos de altura y color tipo Asprilla, nos anima a qué salgamos pronto para evitar llegar tarde al evento del cual ignoraba que entraría por el tipo de música ajena a los que suelo acudir por voluntad propia. " siéntanse seguros de que ese es su ritmo, pongan cara de champeteros y caminen estrafalarios para que no se vean tan niños ricos", decía Miguel, un cartagenero amigo de los catalanes para que no nos miraran feo. 

Bienvenidos a Chambacú 

Solo Dios sabe que con esto no pretendo blasfemar, pero fue inevitable preguntarme a mí mismo, qué era lo que había entendido el Padre celestial cuando le dije que me apartara de lo que no venía de su reino, y es que mientras mi novia me apretaba la mano signo de que tenía miedo por el lugar y el tipo de gente. David Quiroga, un recién conocido que acababa de recorrer ocho países de Europa en moto y se encontraba descansando en Cartagena, estaba feliz cual niño próximo a entrar a la ciudad de hierro y disfrutar del Rey de Rocha, el pick up más famoso del Caribe colombiano que tenía como invitado especial al máximo exponente de la nueva champeta Urbana Mr. Black, quien aparte de deleitarse con las nuevas promesas del género, le cantaría a su raza todas las canciones que el público aclamara. 

La entrada tenía más filtros que el Vaticano, mientras un negro peso zumo me revisaba la cintura, otro peso pluma nos tocaba hasta los testículos para ejercer soberanía en el acontecimiento insignia de sus abolengo, en el cual debían garantizar que nadie entrara lo que no estaba permitido. Todo parecía penumbra y yo que soy trigueño me sentía blanco entre aquellas personas cálidas y espontáneas con sabor a ritmos provenientes del África que disfrutaban del tiempo fumando marihuana y meneandose de la cintura para abajo como sólo ellos la pueden mover. 

En mi grupo de amigos, también se encontraba una alemana que por sus gestos daba la impresión que se sentía un ultramar de champeta en el que simulaba dejarse contagiar y comprender muy bien las clases cual alumna insuficiente pero aplicada. En ese momento todos nos sentimos en el detrás de cámaras de una comedia gringo-peruana, Anette bailaba la terapia con la frialdad de su raza y con la sensualidad de una Barbie, mientras su compañero de pista parecía estar cumpliendo el sueño de engendrar un hijo blanco. Y es que sus movimientos de cadera  eran algo más que un baile porno sin despojarse de su ropa.

Mientras mis primas intentaban dejarse contagiar y daban sus primeros pasos en el género, por mi mente no transitaba la idea de convidar a mi novia a que me concediera una pieza. Mi estadía no tenía otro propósito diferente al de un analista que con el zoom bien activado en los ojos, se concentraba en los pasos de aquellos trochadores y paso finos como cualquier juez en festival equino. Definitivamente me encontraba frente a todo un acontecimiento musical, que serviría de medicina divina para este escritor en formación.

El recinto no paraba de llenarse y todos a calentarse, el ambiente del plato fuerte ya comenzaba a evaporarse y mi cuerpo me pedía un estimulante que por supuesto no fuera alucinante. Quizás una botella de agua para rehidratarme, pero una cerveza me hacía ojos hasta provocarme. La fila para comprar parecía una jaula de leones que para acceder, había que atravesar los brazos por los barrotes y alcanzar la presa, en ese instante mientras le daba paso a un suspiro profundo, consideré necesario crear el personaje de champetero basándome en lo anteriormente visto ya que ante todo debía prevalecer mi supervivencia en aquella cantina.


La noche todavía era virgen


A diferencia de otros conciertos en que en algún momento de la noche los teloneros fastidian, en Chambacú los exponentes de la terapia eran los dueños de la noche por lo que para los presentes ver a Mr Black no era lo más orgásmico ya que según cuentan los nativos, cuando el género se vuelve comercial olvida un poco su esencia y evoluciona en un degenero o derivado del mismo.

Luego de que mis ojos se habían adaptado a semejante espectáculo cultural, todo lo que viniera pensaba que ya me sería inmune, lo que nunca contemplé era que mientras me sentaba en un corredor para reposar mis glúteos, Miguel, el mismo que hacía unos días se paseaba en una góndola por Venecia, se encontraba gestionando su show a lo extranjero, pero desde la tarima, sirviéndole de bailarín al Rey de la champeta, y es que Mr.Black nunca imaginó que mi nuevo amigo causaría tanta aceptación por aquel público tan Caribe y tan contagioso.

Su cuerpo era una fusión de movimientos provenientes del Mediterráneo revuelto con el Atlántico, el sabor que  llevaba en su cintura trataba de imitar el toque africano que era necesario para bajar completamente su cadera. La noche cambiaba de anfitriones y pese a que su exageración en el meneo resultaba chistosa, los aplausos hacían que Miguel no se bajara sino que se consolidara como la atracción más apetecida de la noche.




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