"siéntanse
seguros de que ese es su ritmo, pongan cara de champeteros y caminen
estrafalarios para que no se vean tan niños ricos, ni parezcan chicharrón en ajiaco",decía
Miguel, un cartagenero de nacimiento para que no nos miraran feo.
Por: Juan de la Ossa
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Posando con Mr Black |
Eran las siete de la noche y algo
más del pasado Domingo 28 de Septiembre, cuando el padre de la Iglesia La
Trinidad de Getsemaní en Cartagena, dice que nos podíamos ir en paz, durante la
ceremonia y mientras tomaba de la mano a María Angélica, mi novia, no hice otra
cosa que pedirle al padre celestial protección y por supuesto que nos alejara
de todo aquello que no era digno de un cristiano.
De repente y transcurriendo sólo
un unos minutos desde que salía del encuentro religioso, el universo en
complicidad con lo mundano parecieran no estar satisfechos con mi purificación
y se valen de Lina, una prima cartagenera que por cosas del destino me invitaba
un rato a casa de sus amigos catalanes, en ese mismo sector que guarda en su
arquitectura la historia esclava y española pero sobre todo el componente que
hace mágico al ‘corralito de piedra’.
En aquel sofá republicano y
rodeados de una hermosa piscina donde nos esperaban sus amigos, parecían todos
una portada de etnias africanas y europeas que posaban para cualquier revista
cultural turística, ya que el contraste de sus rostros blancos y extranjeros
revuelto con el de los nativos cartageneros, resultaba un tanto extraño a mis
ojos al ver cómo esos nuevos dueños hacían lo que sus antiguos y mestizos propietarios
jamás permitirían con aquellos simpáticos mulatos, que en el mundo de hoy eran
sus amigos y no esclavos.
Luego de compartir un tiempo
largo en el que tomé un par de copas, por supuesto sin excederme. Miguel, uno
de ellos de altura y color tipo Asprilla, nos anima a qué salgamos pronto para
evitar llegar tarde al evento del cual ignoraba que entraría por el tipo de
música ajena a los que suelo acudir por voluntad propia. " siéntanse
seguros de que ese es su ritmo, pongan cara de champeteros y caminen
estrafalarios para que no se vean tan niños ricos", decía Miguel, un
cartagenero amigo de los catalanes para que no nos miraran feo.
Bienvenidos a Chambacú
Solo Dios sabe que con esto no
pretendo blasfemar, pero fue inevitable preguntarme a mí mismo, qué era lo que
había entendido el Padre celestial cuando le dije que me apartara de lo que no
venía de su reino, y es que mientras mi novia me apretaba la mano signo de que
tenía miedo por el lugar y el tipo de gente. David Quiroga, un recién conocido
que acababa de recorrer ocho países de Europa en moto y se encontraba
descansando en Cartagena, estaba feliz cual niño próximo a entrar a la ciudad
de hierro y disfrutar del Rey de Rocha, el pick up más famoso del Caribe
colombiano que tenía como invitado especial al máximo exponente de la nueva
champeta Urbana Mr. Black, quien aparte de deleitarse con las nuevas promesas
del género, le cantaría a su raza todas las canciones que el público
aclamara.
La entrada tenía más filtros que
el Vaticano, mientras un negro peso zumo me revisaba la cintura, otro peso
pluma nos tocaba hasta los testículos para ejercer soberanía en el acontecimiento
insignia de sus abolengo, en el cual debían garantizar que nadie entrara lo que
no estaba permitido. Todo parecía penumbra y yo que soy trigueño me sentía
blanco entre aquellas personas cálidas y espontáneas con sabor a ritmos
provenientes del África que disfrutaban del tiempo fumando marihuana y
meneandose de la cintura para abajo como sólo ellos la pueden mover.
En mi grupo de amigos, también se
encontraba una alemana que por sus gestos daba la impresión que se sentía un
ultramar de champeta en el que simulaba dejarse contagiar y comprender muy bien
las clases cual alumna insuficiente pero aplicada. En ese momento todos nos
sentimos en el detrás de cámaras de una comedia gringo-peruana, Anette bailaba
la terapia con la frialdad de su raza y con la sensualidad de una Barbie,
mientras su compañero de pista parecía estar cumpliendo el sueño de engendrar
un hijo blanco. Y es que sus movimientos de cadera eran algo más que un baile porno sin
despojarse de su ropa.
Mientras mis primas intentaban
dejarse contagiar y daban sus primeros pasos en el género, por mi mente no
transitaba la idea de convidar a mi novia a que me concediera una pieza. Mi
estadía no tenía otro propósito diferente al de un analista que con el zoom
bien activado en los ojos, se concentraba en los pasos de aquellos trochadores
y paso finos como cualquier juez en festival equino. Definitivamente me
encontraba frente a todo un acontecimiento musical, que serviría de medicina
divina para este escritor en formación.
El recinto no paraba de llenarse
y todos a calentarse, el ambiente del plato fuerte ya comenzaba a evaporarse y
mi cuerpo me pedía un estimulante que por supuesto no fuera alucinante. Quizás
una botella de agua para rehidratarme, pero una cerveza me hacía ojos hasta
provocarme. La fila para comprar parecía una jaula de leones que para acceder,
había que atravesar los brazos por los barrotes y alcanzar la presa, en ese
instante mientras le daba paso a un suspiro profundo, consideré necesario crear
el personaje de champetero basándome en lo anteriormente visto ya que ante todo
debía prevalecer mi supervivencia en aquella cantina.
La noche todavía era virgen
A diferencia de otros conciertos en que en algún momento de
la noche los teloneros fastidian, en Chambacú los exponentes de la terapia eran
los dueños de la noche por lo que para los presentes ver a Mr Black no era lo más
orgásmico ya que según cuentan los nativos, cuando el género se vuelve
comercial olvida un poco su esencia y evoluciona en un degenero o derivado del
mismo.
Luego de que mis ojos se habían adaptado a semejante
espectáculo cultural, todo lo que viniera pensaba que ya me sería inmune, lo
que nunca contemplé era que mientras me sentaba en un corredor para reposar mis
glúteos, Miguel, el mismo que hacía unos días se paseaba en una góndola por
Venecia, se encontraba gestionando su show a lo extranjero, pero desde la
tarima, sirviéndole de bailarín al Rey de la champeta, y es que Mr.Black nunca
imaginó que mi nuevo amigo causaría tanta aceptación por aquel público tan
Caribe y tan contagioso.
Su cuerpo era una fusión de movimientos provenientes del
Mediterráneo revuelto con el Atlántico, el sabor que llevaba en su cintura trataba de imitar el
toque africano que era necesario para bajar completamente su cadera. La noche
cambiaba de anfitriones y pese a que su exageración en el meneo resultaba
chistosa, los aplausos hacían que Miguel no se bajara sino que se consolidara
como la atracción más apetecida de la noche.
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