Arturo E. Bermúdez es
quien se encarga de la investigación histórica de la invasión de los bucaneros
en el Caribe colombiano.
Por: Karina Correa
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Piratas en Santa Marta. |
Los datos de investigación acerca de
los piratas que arribaron las costas del Caribe colombiano son algo escasos,
pero aun así a través del libro de Arturo E. Bermúdez, ‘Piratas en Santa Marta’, nos
brinda la oportunidad de adentrarnos en la historia que marcó la ciudad de
Santa Marta tras la invasión pirata entre los siglos XVI – XVII.
Aunque se les parezca, hay una gran
diferencia entre piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros. Los piratas eran
delincuentes que robaban por cuenta propia a los barcos de las rutas
comerciales, sin discriminar la nacionalidad o proveniencia de los barcos
atacados.
Los corsarios
más bien marinos particulares, que contratados
y financiados por un Estado en guerra para causar pérdidas al comercio del
enemigo. Los buques corsarios eran de propiedad privada, a los que Francia,
Holanda y, sobre todo Inglaterra, daban patente de corso para actuar como
buques de guerra: a cambio, una parte del botín conseguido era para el Estado
que daba la patente.
Los bucaneros aparecieron desde 1623 en partes
deshabitadas de La Española. Formados por grupos de marineros de varias
nacionalidades desembarcados o huidos, negros fugados e indios asimilados, en
sus inicios se dedicaron a la caza de ganado salvaje. Después, muchos terminaron
haciéndose piratas los llamados filibusteros, que desde sus guaridas
secretas del Caribe atacaban el tráfico naval y los puertos importantes de ese
mar. Sus principales centros fueron Jamaica y la pequeña isla de Tortuga.
Según la investigación de Arturo
E. Bermúdez la piratería en el Caribe de Colombia se basó en la
envidia, el temor y los deseos de las principales potencias de percibir parte
de los tesoros que sólo a España llegaban. Existía la gran organizadora Isabel
la Católica que establecía un control estricto en su casa de Aduana y
luego en la casa de contratación para que no pudieran sacar de la Indias
grandes riquezas, aunque permitió a sus súbditos comerciar con licencias.
Estas eran las instituciones de
control de la época (Casa de Aduana de Cádiz y Contratación de Sevilla),
aseguraban el monopolio de España en sus colonias, irritando así a las demás
potencias.
Fue así que ante el temor del poder ibérico,
lanzaron sus fuerzas de robo de los mares para atracar las fuentes de riquezas
españolas. Las naciones enemigas como Santo Domingo, Tortuga y Jamaica,
formaron la peor madriguera de corsarios y piratas que jamás pudo haber
existido, desatando una cruel y terrible guerra marítima entre naciones que
como objetivo era bajar a España de sus tesoros adquiridos.
Santa Marta, Cartagena y la Guajira
eran puntos de encuentro para los convoyes mercantiles que organizaban cada año
en flotas para abastecerse de cochinilla, índigo, maderas, pieles, cacao, entre
otros. Y los piratas sabían muy bien las fechas de llegada de las flotas
españolas, más sin embargo los convoyes nunca entraban por los mismos puntos
para poder así despistar a los piratas.
Los piratas siempre rodeando las
costas para estar atentos al saqueo de las presas españolas, asesinando y
saqueando para lograr su cometido y así poco a poco fueron derrotando a
España y su ‘armada invencible’, que no pudo contener los ataques de la
avalancha de rapiña. Así las naciones enemigas debilitaron a España, cuyas
riquezas no iban a parar a sus respectivas cajas, sino a fondos extranjeros en
los cuales el saqueo fue la vía de adquisición.
En la época colonial la provincia de
Santa Marta, incluyendo a Rioacha y gran parte de la Guajira en el siglo XVIII,
se convirtió en el territorio a la
llegada perfecta de corsarios y piratas, conocido como la principal vía del contrabando.
La perla de América la llamó Fray
Antonio Julián en la colonia y Fernando VII ‘La
noble y fiel, leal y valerosa’ en la independencia, luego en la República fue
‘la Hospitalaria’ porque abrió sus
brazos para recibir al Libertador cuando cayó enfermo. Pero durante los siglos
XVII y XVIII fue la más sacrificada y martirizada de las ciudades por parte de
los ataques piratas.
Se tienen registros de ataques en
Rioacha de piratas holandeses de una manera tan bestial que quemaron y saquearon
la ciudad dejándola deshabitada. Y de un pirata que se tenga un registro
concreto es del pirata Bodquin, que se cree que pudo atacar
Ciénaga, pero los registros verídicos son los de Rioacha, en la Guajira.
Mientras Cartagena progresaba, Santa
Marta decaía y su comercio era el principal afectado. Como lo dijo el
historiador Wilfrido Padilla, “Cartagena estaba fortificada y la cercanía
que existía entre Santa Marta y Cartagena, desfavorecía a Santa Marta completamente.
No tuvo ese tipo de defensa porque según el criterio de la corona española porque
no era necesario elevar más los costos de defensa. Dos ciudades con alta defensa no eran
necesarias”.
Condenando así a la humillada
provincia de Santa Marta que irónicamente a través del contrabando de los
piratas pudo sobrevivir en la colonia.
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