martes, 4 de noviembre de 2014

Lo tuvo todo y lo perdió

Por: Adriana Serpa 



Flor Ester Martínez. Parque Simón Bolivar.


Flor Ester Martínez es una mujer alta, de tez morena, ojos claros, poseedora de un cabello negro encrespado y de buena figura; tiene unos 45 años más o menos, es oriunda de Santa Marta y ha sido víctima del dolor de la muerte y la oscura soledad.

Después de quedar sin compañía, Flor se fue a vivir con su tía por parte de madre a  Maicao, retomando allá sus estudios. Algunas personas suelen decir que todo tiempo pasado fue mejor; premisa que enmarca la vida de esta mujer: después de vivir cómodamente durante 3 años, de repente empezó a recibir malos tratos de su tía, encausando que a la corta edad de 16 años generara un comportamiento de rebeldía.


A los 18 años, Flor conoció a Manuel Merino, quien la entendía, la cuidaba y hacía las veces de padre. Ambos entablaron una relación tras un pequeño incidente que tuvieron con la justicia una noche que salieron a las calles de la ciudad.
 A los 5 años de estar saliendo, decidieron irse a vivir juntos y regresar a la ciudad donde nació Flor, con el fin de buscar posibilidades de trabajo y dejar esa vida que tanto la agobiaba.

Tras el paso de los años no pasaron necesidades y tuvieron 3 hijos, su esposo trabajaba en oficios varios.
.
 “Un día normal, Alberto salió a trabajar en una construcción, que un amigo muy cercano se la había conseguido y estaba por la bahía. Pasaban las horas y no me podía comunicar con él, me llamaba para saber cómo estaba. Una llamada me alarmó, yo tenía susto, cuando contesté el teléfono las manos me temblaban, y mi voz sonaba como rara. Mi marido había tenido un accidente, y como alma que lleva el diablo, salí corriendo para la clínica, mi esposo había tenido un par de fracturas en varias partes del cuerpo”. Comenta Flor, ansiosa al recordar ese momento trágico.

A partir de ese momento su vida cambió y con sus hijos pequeños: la mayor de 9, el del medio de 5, el más pequeño con 2 años de edad y su esposo inmóvil -prácticamente empotrado a una cama-, tenía que buscar algo qué hacer, para no quedar sin el sustento diario. Desde ese instante empezaron a  vislumbrarse sus  problemas más grandes.

“Mientras conseguía trabajo, mi hija mayor no pudo estudiar, porque me ayudaba en la casa, la preocupación no me dejaba concentrar, hasta que una señora muy amable me dio trabajo en una casa de familia, y empecé a trabajar como muchacha de servicio. Como era mi primer trabajo no sabía qué debía hacer”. Expresó Flor.

La amabilidad de esta familia la llevó a tomarles aprecio. El poco dinero que ganaba le alcanzaba para suplir sus necesidades. “No puedo decir que me fue mal en mi primer trabajo, porque sería decir mentiras, pero como todas las personas pobres me pasó algo muy malo: en esa casa se perdió un dinero, y la sospechosa era yo, y por ese problema decidí no trabajar más, porque a mí no me iban a tratar de ratera, si algo me enseñó mi madre fue a ser honrada”. Apunta Flor con una indignación palpable en cada una de sus palabras. 

Esta situación la llevó a no rendirse y seguir buscando otras posibilidades de empleo. Fue así como consiguió que la contrataran de asistente en una peluquería cerca de su casa, consiguiendo la posibilidad de poder estar pendiente a sus hijos y su esposo enfermo.

Sin embargo, toda condición tiene su contraposición: el problema radicaba en el escaso sueldo que percibía, el cual no le alcanzaba para sus necesidades diarias.

Una vendedora ambulante con espíritu emprendedor

Tras el último trabajo con un sueldo muy bajo, esta mujer salió a conseguir mejor fortuna sin tener suerte. Después de tanto buscar, como último recurso y un dinero que le había quedado, tomó la decisión de invertirlo en galletas, caramelos y salir por las calles a venderlos. Así duró como unos 4 meses más o menos, pero los problemas no terminaban de aparecer. “A mi marido la lesión le provocó fracturas graves y el médico decidió  hacerle una cirugía que duraba entre 2 y 3 horas; las cosas se me fueron complicando poco a poco”.

Las consecuencias de dejar a un lado su vida por el maltrato de su familia, la llevó a la complicada situación que la llevó a vender dulces,  cigarrillos, galletas, tintos  y variedades de confites en el Parque Simón Bolívar.
En la vida no sabemos qué nos depara el futuro. Como enseñanza Flor expresó: “mi madre siempre me decía cuando estaba pequeña que aprovechara las oportunidades de la vida y que después le iba a sacar provecho, no me arrepiento de la vida que tomé pero en la vida las oportunidades vienen y van, y es mejor que vengan y no que se vayan y no venga más”.


No hay comentarios:

Publicar un comentario