Vendedoras Wayú. A la derecha: Carmen Alicia Palacios Jusayú. A la izquierda: Nancy Amaya
Gonzales.
Hablar de esta cultura es
para muchos un tema que se convierte en atracción y asombro, puesto que detrás
de estas mantas, un rostro de apariencia malgeniada y una mirada que se pierde
al hilo de sus puntadas, podemos encontrar un ser humano maravilloso que hace
de su labor un don de admirar, pues vivir de lo que forjan, los hace ser
distintos al defender y sobrevivir cada día de su propio trabajo.
Teniendo en cuenta que Santa
Marta es una ciudad para los turistas,
es de asombro ver que no solo los exploradores de cualquier región o país
pueden sobre vivir de ella, pues al
caminar por una de las calles más céntricas, nos encontramos con familias wayú,
que muestran día a día, todo lo que tradicionalmente tienen y venden a personas
que se enamoran de su trabajo.
Y queriendo nutrir esta
historia, nos posamos en medio de los colores y tejidos que se pueden ver desde lejos,
refiriéndonos de esta manera, al
trabajo hecho a mano de una de sus habitantes y perteneciente a esta tribu Carmen Alicia Palacio Jusayú, una
indígena Wayú de la Guajira, quien nos contó un poco su experiencia de vivir en
esta ciudad y sobrevivir de lo que tradicionalmente saben hacer desde niños.
Es por tanto que nos deslumbra conocer las
historias que hay detrás de cada tejido y de cada palabra que para nosotros suena
chistosa al sentirlas al contrario, pero que para ellos es tan real, como las
mochilas que a diario tejen para vender a los transeúntes que a diario
pasan por este lugar.
Nancy, esta indígena que
hace 18 años vino a vivir con sus hijos a esta ciudad, exactamente en el barrio
Timayui donde habita, nos comenta cuáles
son los motivos que la han traído hasta aquí, para poder seguir haciendo lo que
para ella es más que una obra, es su propia vida, las mochilas, chinchorros, sandalias, accesorios y
mantas tejidas entre otras cosas artesanales que hacen de ellos, ser orgullo de
su tierra Guajira.
Ella nos comenta que son
varios los motivos que la hicieron llegar a esta ciudad, empezando por los
turistas que a diferencia de Riohacha, se multiplican en esta zona y le
permitiría a ella poder hacer de su trabajo algo más rentable para el sustento
y futuro de su familia.
Una mujer que al tomar
confianza con el paso del tiempo, fue
contando de su experiencia, de su trabajo de cosas como la separación de su pareja, la crianza de sus hijos y nietos, y otras cosas más, pues
para ella, esta ciudad es de valor, dice que le ha dado mucho y aunque su
trabajo no es del todo valorado, dice ser muy distinto a la ciudad que la vio
nacer, donde asegura, que por la necesidad económica pasó trabajo y al tiempo regaló el mismo, pero que aquí inició otra
historia, al darle otro valor económico
a lo que hace.
Desde las 7 a.m., a 7 p.m.,
encontramos a esta mujer trabajadora
y dedicada que sentada en una
banca y entre sus manos una aguja para tejer con hilos de colores, pasa el
tiempo y deja que lleguen a ella, los que la buscan para obtener su trabajo o
remendar el mismo, cuando al pasar el
tiempo ya empieza a dañarse pero que
Nancy los espera , para darles unas puntaditas más y dejarles como nuevo
cualquiera de los artículos que ya antes le
habían comprado, dejando satisfechos a sus clientes, y así
asegurando ella que son pocos los que dejan de frecuentarla
después de llevarse su trabajo.
Pero no todo puede ser
felicidad y tranquilidad, pues asegura que su trabajo ha sido violado por
personas que solo les interesa figurar con lo que no les ha costado construir,
ejemplo de esto, cuando nos daba uno de los motivos que la mantiene triste y
que es pan de cada día para estas
familias, quien asegura Nancy, son vulnerados al tener que entregar cualquier artículo, a un
precio totalmente decepcionante, pues la necesidad muchas veces es la que habla
por ellos.
Asegura un poco desmotivada
por este problema, que la gran mayoría de sus artesanías son vendidas a precios más que cómodos,
regalados se podría decir, pues una
mochila arahuaca que tiene un precio de
300 mil pesos siendo económica, es encontrada en un centro comercial o
cualquier tienda de diseñadores a un
millón y más, pero esto no le preocupa a ella, lo realmente preocupante es que
esa misma mochila la ha vendido ella misma
a un precio de 60 o 80 mil pesos, puesto estos turistas o civilizados como
Nancy se refería a ellos varias veces, los famosos empresarios,
quienes no le entregan más dinero y solo
se expresan de una sola manera hacia ellos, “ lo toman o lo deja”, valiéndose del trabajo de
estas personas que por necesidad
ceden y que ellos aprovechándose de su labor y al tiempo, terminan sacándole más provecho a estas
obras, que los mismos indígenas wayú.
Sobrevivir
con entrega sin perder su cultura
Estas familias que tienen
más de 10 años de vivir en esta ciudad, se sienten no del todo contentos, por
las horas arduas de trabajo que tienen que pasar, cumpliendo un horario
impuesto por ellos y así poder tener un día bueno de ventas, pero sí agradecidos con lo que han alcanzado,
puesto aseguran que es más comercial este lado de la costa donde hoy habitan,
que el mismo que los vio nacer, aseguran que
la economía en su tierra natal, no es la más agradecida con estas
familias que entregan todo por poca remuneración.
Son horas de dedicación en
cada accesorio que hacen, pues la entrega que ellas le ponen a su trabajo, son lo mas importantes, a la hora
de vender no solo cuando el cliente
manipula lo que quiere llevar, sino cuando la mirada de muchos transeúntes se
pierde en los colores que ellas le dan a cada mochila, chinchorro, collar, estera u otra pertenencia
a la cual se dedican a realizar desde
muy niñas.
Ellas, nos enseñaban cómo
distinguir una verdadera mochila, las cuales tienen sus trucos, ejemplo de ello, al decirnos que la mochila Arhaca pica, la wayú es suave y de algodón y trae algunos
signos entretejidos que hacen parte de la decoración.
Pero la vida empresarial por
llamarla de esta manera, de cada una de estas familias, también se ve dedicada
y compartida a la hora de tener su descendencia, pues los nietos de estas dos mujeres trabajadoras y dedicadas
a su oficio, también es llamativa , pues estos pequeños nacieron en esta ciudad, ellos crecen también
con una doble cultura, nos explicaba Carmen Jusayú, quien celosa un poco de lo
que contaba, también expresaba con su tímida mirada, lo que era tener dos
nietos y una hija civilizada, pues de esta manera se refería a sus familiares
nacidos aquí, “ civilizados” porque según Carmen, así le llaman al nacer lejos
de su linaje y una propia cultura definida, como la wayú.
Con una hija ya
universitaria, unos nietos en la escuela y una separación hace más de 5 años
con el padre de sus 3 hijos, Nancy asegura sentirse contenta a ratos, porque no
fue fácil llegar hasta aquí, la competencia que tienen que lidiar con sus
mismos coterráneos, les han traído algunas dificultades a la hora de vender su
trabajo, pues el precio de la competitividad siempre va a ser menor a la de
ellos, lo cual indica que, su trabajo cada día es menos valorado y que la
necesidad pasa por encima de ella como pasan los visitantes, quienes terminan
escogiendo el mismo producto, pero a menor precio.
Algo curioso y de lo cual
estas mujeres nos hablaron de una manera orgullosa y sin casi parar, a la hora de explicar muy a su idioma, son la de
los signos, colores, pinturas o maquillaje que utilizan muchas veces, no para
llamar la atención, sino por cubrir su piel de los rayos solares y hacer un
llamado a cuidar la madre naturaleza, pues estas líneas en sus rostros, brazos,
espaldas tienen un significado para cada uno de ellos.
Su rostro es de valentía y
cuidado del sol, pues el respeto que le dan es más importante quizá que
cualquier otra cosa que hagan. Lo más llamativo es la forma como lo realizan y
aplican, para poder seguir con sus rituales que es lo que en realidad vale la
pena para esta cultura.
Al parecer , después de la
lluvia, sale un tipo de flor, de un árbol que no quisieron describir, la cual ponen al sol para que esta se seque,
mientras pasa este tiempo, mantienen un pedazo de tronco seco, del cual sacan
un polvo el cual revuelven con sebo de
ovejo , esto ya mezclado lo fríen en las noches, sin sal y en una botella
envasan este líquido ya espeso, seguidamente
aplican después de unos días en su cara y les sirve, para purificarse la piel,
cuidarla de manchas solares, arrugas y cualquier tipo de enfermedad que puedan
salirles en la piel, ya sean a los niños
o ancianos de esta comunidad.
El color suele darlo, el tiempo
que dure al sereno la flor y la forma homogénea en que quede todo en la
botella. Entre más espeso un color más fuerte, y dependiendo la edad de los
mismos es aplicada doblemente.
Por último y hablando de su
trabajo, aseguraban que en su tradición es prohibido enseñar a hacer mochilas, tejidos, accesorios y
cualquier otro elemento de esta cultura, pues
aseguraban que la competencia y otros wayú ubicados en la misma zona,
dictan clase a cinco mil pesos, a diseñadores y personas que quieren aprender este
oficio, con la única intención de luego producir de una manera más fácil sus
propios ingresos, dejando a estas familias muchas veces sin vender nada en todo el día. Lo que es un insulto para su linaje, pero la
necesidad los ha llevado hacer esto, aun cuando el gobierno les brinda cierta
ayuda, pero no la necesaria para su sustento.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario