domingo, 28 de septiembre de 2014

Más de 9 décadas de recuerdos

Una mente impecable, que evoca los mejores tiempos de su época.

Por: Loraine Orozco 

Bertulio Orozco rodeado de su familia.

Los recuerdos de un octogenario son una base de datos fresca y disponible para el oído curioso de cualquier persona; más aún, cuando estas historias están cargadas de relatos de superación y entereza para recalcar las vicisitudes a las que  se ve expuesta cualquier persona en el transcurrir de la vida.

Sólo una persona que ha vivido lo suficiente es capaz de empapar de sentimientos cada una de sus historias; relatos que logran remontarse a sus anécdotas propias, dignas de ser escuchadas por todos. 


Bertulio Armando Orozco Monsalve, es uno de esos sobrevivientes de su época, que a sus 94 años conserva intacta en su memoria, aquellos momentos idóneos para ilustrarles a sus nietos su transcurrir por el mundo. Este octogenario nace el 13 de enero de 1920, en el municipio de Salamina, a las orillas del río Magdalena, concebido de la unión de Tulio Orozco y Hortensia Monsalve, quien en su parto muere al dar a luz.

“Mi mama murió después de traerme al mundo, entonces a mi me criaron mis tías Isabel y Rosa. Cuando niño fui a la escuela y llegué hasta tercero de bachillerato, a mí lo que me gustaba era trabajar, aunque fiestero sí era".

Entre risas que endulzan su rostro y achican sus ojos, Bertulio recuerda sus andares de muchacho, sus festejos y sus amores. “Para unos carnavales de Salamina, mi grupo de amigos y yo éramos los jefes de la comparsa de la reina, porque pusimos una reina que se llamaba Lina Ruiz Pertuz, hicimos un desfile por todo el pueblo, que salió de la plaza principal,  lo que hoy es la iglesia y terminó ahí en la orilla del río, en el puerto de los johnson, ahí amanecíamos y el primero que se durmiera lo motilábamos o lo maquillábamos porque esa era la ley”, expresa Bertulio.

 Para esos tiempos de carnaval, conocí a una muchacha que se llamaba Marta, con ella tuve amores y me la llevé, pero a los tres días me la quitaron, porque según los papás, yo era parrandero y enamorao”. Recordó el viejo Bertu.
Luego llegó la época del trabajo, el ron, las fiestas y las recochas con los amigos a la orilla del río fueron cambiadas por la ocupación y el amor.

“Cuando yo comencé a trabajar en el correo, venía mucho a Pivijay, y me quedaba en la casa de los García, ahí había una muchacha que se llamaba Cilia, entonces como yo venía mucho a Pivijay y posaba ahí,  la enamoré, y nos casamos en el año 49, el 16 de abril. Hasta ahí, y después me la llevé a vivir a Salamina.

Allá montamos una tienda, aparte de eso yo tenía ‘ganao’, tenía una camioneta de estaca que se llamaba la burra, en la que traía leche en la madrugada pa’ vender al pueblo y ponerla a viajar, pero por andar pendiente de la recocha y la  parranda todo lo perdí,  pero tenía una familia, una esposa y cinco hijos por quienes responder. Mi mujer trabajaba en un restaurante escolar y yo repartía el correo, entonces ya nada más vivíamos de eso.

No era fácil en ese tiempo, porque me tocaba caminar y a veces viajar en bestias. Había días en los que me tocaba ir  a Barranquilla, y de allá me mandaban pa’ Cartagena, entonces esos días se quedaba la mujer con los hijos solos, y a las muchachas les tocaba quedarse haciendo los quehaceres para cuando la mamá llegara, descansara”.


Actualmente vive en Pivijay, Magdalena, municipio al que llegó luego de que sus hijos ya fueran profesionales, y se hicieran cargo de él y su mujer. “Nos vinimos para Pivijay porque ya estaban las muchachas empleadas y no querían que viviéramos solos en Salamina”.
Bertulio es uno de los hombres más viejos que viven en Pivijay, es increíble o tal vez muy asombroso que a sus 94 años de edad, este viejo no sufra de ninguna enfermad, lea sin gafas y camine sin bastón.

Un viejo alegre, mamador de gallo, ‘enamorao’ y parrandero, que  por achaques de la vejez, ha dejado atrás los andares de su vida alegre,  ya no se ve salir  a caminar o a sentarse en las bancas de la plaza como lo hacía tiempo atrás, ha despedido a muchos de sus amigos a quienes él creía que lo cargarían el día de su sepulcro, e incluso a su mujer hace dos años despidió.

“Cuando ‘pelado’ yo era parrandero, me gustaba andar era de parranda en parranda, imagínate tú, que para unas fiestas de la Virgen del Carmen, llegaron los muchachos a la puerta de la casa a sacarme para irnos pa’ ‘paraco’,  pa’ un ‘KZ’ y por cosas de la vida no quise ir, y fíjate tú, se accidentaron, el uno se mató y el otro,  una oreja se voló, y como habían dicho que iban a ir por mí, en el pueblo se regó que yo también me había matao”.
Cuentan sus hijas y nietos los gratos momentos y ríen de las historias que en algún momento éste les ha contado. 

Su hija María Dolores, dice no tener queja alguna de su padre, ella lo contempla como un hombre trabajador, dedicado a su familia. Dice que siempre ha sido un hombre jocoso con un gran sentido de pertenencia por lo suyo,  en especial de su municipio, Salamina, Magdalena.

“Yo recuerdo que mi papá viajaba en burro de Salamina a Pivijay todos los días  vendiendo panela y  luego se devolvía por las tardes. Mucho tiempo después montó una tienda con la que duró como  seis, siete años, después una casa de ventas especializada en prendas de oro, cuadros, ropa y productos que traía de Maicao con mi mamá, ya después se vinieron para Pivijay, entonces entró a trabajar como corresponsal de Adpostal.

María Dolores, hija de Bertulio
Aparte de ser un hombre responsable y trabajador no puedo dejar de lado los recuerdos de su desorden y las anécdotas que cuando niña me contó, siempre me dijo y me afirmaba mi mamá que era un hombre parrandero y le encantaba los carnavales,  cada año se preparaba para salir a parrandearlos con sus amigos, mi papá era el cabecilla del desorden, enterraba pescados para que se dañaran y salir a venderlos el sábado de carnaval vestido de mujer, porque su hobbie  era disfrazarse de mujer”,  expresa María Dolores.


Su hija menor Alicia afirma que su padre fue un hombre trabajador, que siempre lo ha conocido como un tipo fuerte, que no le teme a nada.  “Como mis hermanas, lo recuerdo como un hombre trabajador, un guerrero de la vida, a quien le tocó duro para sacar adelante a su familia, no es fácil pasar montado todo un día en un burro viajando de sol a sombra, vendiendo panelas o buscando el correo.
Mi papá fue un bailarín y bebedor de su época, siempre peleaba con mi mamá por eso,  alguna vez en una de sus peleas llegué a escuchar que todo lo que una vez tuvieron lo perdieron por el andar pendiente de la parranda, que por eso fue que nos vinimos a vivir a Pivijay.
Alicia Orozco, hija de Bertulio

Yo muy poco recuerdo, pues yo soy la menor, ya las que tienen más idea de eso son Rita y Mari, que son las mayores porque Silvia que era la que venía antes de mí,  murió cuando tenía 17 años, a Tulio que es el mayor, lo crió una tía.
Bueno, mi papá a sus 94 años de edad es un hombre independiente, se vale por sí mismo, tiene una memoria intacta, él lee sin gafas, camina sin bastón y enhebra una aguja, yo a veces me asombro de la lucidez de mi papá como precisa fechas y habla de las cosas como si hubiesen pasado ayer.

Muchas veces me toca regañarlo porque cuando viene alguien acá a la casa comienza a sacarle las tripas como decimos vulgarmente, y comienza a preguntar para ver si conoce a alguien de su familia y siempre tiene algo que contar, a veces me río porque se pone con los amigos de mi hija Loraine, hace como tres meses  llegó un muchachito de Chibolo y apenas supo de dónde era comenzó a preguntarle y formó su pelotera con Loraine,  porque eso a ella le da rabia, pero yo le digo que lo deje que son cosas de viejos, ya yo no le presto atención”.

Un hombre que su edad no le ha impedido disfrutar de sus nietos y bisnietos, siempre ha sabido llegarles, aunque a veces tengan sus disgustos y encontrones no saben vivir sin hablarse y molestar, he aquí una imagen con su bisnieta Anny Sharyck y su nieta menor Loraine, quienes han sido las afortunadas de crecer al lado de este octogenario a quien de cariño llaman el viejo Bertu al igual que sus demás nietos y bisnietos.

Anny Sharyck Ortiz una pequeña de siete años, confirma que su “abuelito Bertulio” es un hombre pacifico, preocupado por su familia y quien es su compañero de juegos y risas desde que su abuelita Cilia falleció.

“Mis abuelitos siempre estaban acá en mi casa, y cuando llegaba del colegio siempre me recibían los dos con un beso y un abrazo, mientras mamá Cilia me cargaba y me quitaba el uniforme, papá Bertulio llevaba los cuadernos al cuarto y me ponía  todo en orden para que cuando llegara mi mami del trabajo no me regañara.

Mi abuelita murió hace dos años, desde entonces en mi casa ya nada volvió a ser igual, mi mamá, mis tías y mi abuelo andan todos tristes, ya cuando llegaba del colegio me esperaba solo papá, entonces se ponía a jugar conmigo.
Bertulio y sus nietas.

Mi abuelo siempre ha sido de esos señores regañones, siempre me regaña si corro, si brinco, y cuando mis primos vienen, nos esconde los juguetes porque siempre dice que los vamos a dañar, y siempre nos cuenta historias cuando él era joven, y nos hace cometas y unos juguetes todos raros de calabazo y nos dice que él jugaba con eso cuando muchacho”.
Loraine su nieta menor, ve al viejo Bertu como su padre, un hombre fuerte, digno  de admirar, un viejo lleno de historias que a toda hora busca el momento exacto para contar.
“Mi abuelo es como mi papá, mmm bueno sí mí papá, porque siempre he vivido con él,  pues de él sé  las locuras que siempre me cuenta, aunque cuando yo estaba pequeña él trabajaba en Adpostal y siempre viajaba a buscar el correo, ya después lo botaron y le robaron la pensión y no volvió a trabajar más”.

El viejo Bertu como de cariño le dicen siempre ha sido un refugio y esa parte cómica de la vida de Loraine.
 “Cuando pequeña mi abuelo siempre me iba a buscar al colegio y siempre lo hacía que me llevara en burrito hasta la casa, algunas veces nos caíamos y nos raspábamos pero para nosotros era divertido, porque él me complacía en lo que yo quería y siempre nos caíamos y quedábamos enredados, así muchas veces siempre mi mamá nos regañaba porque él me alcahueteaba en todo y él solo decía “déjame hacerla feliz”, ya cuando crecí todo fue cambiando porque mi abuelo siempre ha sido muy celoso con lo de nosotros y con nosotros, entonces cuando iban mis amigas a jugar conmigo era un lío, porque yo sacaba un muñeco, me iba por los demás, y cuando volvía ya no estaba porque mi abuelo se lo llevaba.

Recuerdo que siempre me hacía muñecos de cartón, trompos de calabazo, y cometas para él enseñarme a jugar y mostrarme cómo fue su infancia.”




No hay comentarios:

Publicar un comentario