lunes, 7 de abril de 2014

Guardianes de la Bahía

Miles de turistas visitan anualmente una de las creaciones más destacadas del escultor Héctor Lombana. Lo que extranjeros y demás colombianos reconocemos como arte, para el ciudadano samario dichas obras no son más que un escaparate hacia una cultura desconocida.


Por: Lorena López


En la cara norte de la Sierra Nevada de Santa Marta (Magdalena), habita una de las etnias más reconocidas del mundo, los tayronas, quienes entre mestizos, zambos y “puros” suman unas cuantas miles de personas.

Siendo los tayronas un misterio para los turistas, en el año 1.993 llega a Santa Marta y a su bahía, la más bella de América, el señor Héctor Lombana quien respondiendo al llamado del aquél entonces alcalde de la ciudad, Hugo Gnecco Arregocés, nutre de arte y cultura la ciudad creando seis esculturas que iluminadas por focos observan el día a día desde la carrera primera con calle 22.


La bahía samaria es el escenario de las estrellas, y no hablo de Radamel Falcao, el “Pibe” Valderrama o Carlos Vives, se trata de las que personalmente llamo “Los Guardianes de la Bahía”. Son seis magníficas esculturas trabajadas en fibra de vidrio con cuerpos que envidiarían Pamela Anderson y David Hasselhoff. Son los tayronas estilizados hasta tal punto que ni ellos mismos se reconocen y, ¿cómo hacerlo? Cuando de la noche a la mañana tienen veinte centímetros más de lo normal y desarrollan gloriosos pectorales y firmes pechos nunca antes vistos en sus tribus.

Cabe resaltar que desde la primera hasta la última escultura, Lombana logra representar en ellas tan gráficamente como es posible, expresiones en las que no solo un tayrona puede verse plasmado. Cualquier ser humano puede hacerlo.

Desde la simple y nativa conexión que existe entre un hombre y una mujer o un hombre y un ser supremo, hasta el contacto físico. Cualquier emoción puede vislumbrarse en un trabajo tan detallado como el del maestro Lombana.

Amantes Tayronas

Fijando la vista hacia la sierra nevada, el amante tayrona y su pareja son quienes dan la bienvenida a los transeúntes samarios y turistas desde su habitual glorieta. Ella, descansando a sus pies como muestra de, ¿Por qué no? Sumisión, y él, en su magnífica desnudez e imponente posición deja claro una vez más que, aparte de tener mejor figura que David Hasselhoff, representa la fortaleza de su propia cultura indígena.

No existen preferencias, excepto con esta obra. Con el paso del tiempo y los incesantes rayos del sol, los Amantes tayronas fueron perdiendo lo que se creía una inagotable fuente de fortaleza y en el año 2.008 se hizo necesaria la presencia de su creador, Héctor Lombana, quien ya contaba ochenta y seis primaveras en su vida e ignorando los característicos achaques de su edad asistió a los principales guardianes de la bahía samaria.

Lombana dio su vida por ellos. El 18 de octubre del mismo año muere en el taxi de Víctor Manigua por un ataque cardiorespiratorio. Los químicos utilizados para la restauración de sus esculturas agravaron sus ataques de asma y le llevaron a la muerte. Desde entonces, los tayronas no han sido visitados por un nuevo restaurador.

El Cacique

Continuando el camino que marca la bahía, aparece en escena, pero con un fondo distinto el amante, el cacique tayrona que ya no es adornado por su amada ni la urbe samaria, lo adorna el mar, ese que el mismo protege en posición dominante. Lo adornan palmeras que protegen su nocivo material del sol. Lo adorna “Beto” Contreras que de nueve a diez de la noche ubica su punto de venta bajo su sombra “aprovechando” a los turistas.

Desde el chicle de quinientos pesos hasta la manilla para la buena suerte traída directamente desde la Sierra Nevada de Santa Marta, cualquier producto es bueno para vender bajo la protección del líder y protector.

Princesa Kogui

Siendo tercera en la fila pero no por ello menos importante, la mujer tayrona reposa en absoluto silencio desde hace años en medio de la bahía. Lombana representa en su creación a la guardiana kogui desconocida, la que desnuda, para sentirse más cómoda, llevaba las labores de su hogar con la misma entereza que usted y yo vemos en nuestras madres y abuelas, la que encarna la fuerza y valentía de la mujer en el mundo e inmortaliza la belleza femenina en formas redondas recordando obras de Botero.

Con el tiempo se ha hecho mucho más sencillo ver indígenas hombres que mujeres  pues aun se mantienen costumbres irremplazables. Cuando es necesario los hombres bajan de la sierra mientras sus mujeres esperan en el hogar, lo que no impide que la princesa kogui de la bahía sea observada por miles de turistas al año.

Danza sol, danza luna

En la carrera primera, una mujer da la espalda a los transeúntes y en ella son más claras que nunca las proporciones exageradas que el escultor identificó en los tayronas.

Aun siendo una reproducción exagerada de lo que hoy podemos conocer como “mujer tayrona”, esta representa danzas que en épocas remotas servían de cortejo, la princesa Kogui deja su habitual posición subordinada para ser el centro de atención en medio de sus líderes caciques y evoca aquella conexión de la que hablábamos, ese enlace entre la mujer y el mundo.



Poder

José Luis Villafañe, representante de la juventud tayrona, lleva con orgullo la marca en su sangre, la distinción indígena que hoy le permite gozar de una beca universitaria en una de las mejores universidades de Colombia.

Villafañe reconoce que es gracias al papel que juega en la sociedad, como indígena, que obtiene los beneficios económicos necesarios para estudiar Derecho, y no se avergüenza de ello, toma su carrera como un avance para su cultura, la oportunidad que sus dioses le brindan para ayudar a su comunidad.

Mientras José Luis pasea por la bahía que le ha visto crecer observa al tayrona que desde su podio, con actitud relajada, es iluminado por un halo de poder, y a diferencia de muchos otros compañeros indígenas, se siente realmente halagado. “Aunque sea difícil encontrar un tayrona con dichas proporciones físicas, es un honor ser reconocidos y retratados en esculturas como hombres y mujeres poderosos(as)”, afirma Villafañe haciendo referencia a su musculoso amigo.

Exterminio de españoles

En un recorrido caluroso pero provechoso, como una luz al final del túnel, el maestro Lombana logra una representación brillante basada en textos de historia, o tal vez testimonios de caciques conocedores de cada uno de los pasos dados por su comunidad. Allí mismo el sacrificado escultor dio vida a los que han sido probablemente dos de los tayronas más importantes, quienes libraron una batalla independentista en contra del tercer protagonista, el español.

Probablemente, si Lombana estuviese vivo, haría una segunda restauración, no solo daría vida a dos de los guerreros, en su lugar plasmaría en aquel altar iluminado a todos esos indígenas que murieron por la libertad de sus tribus, que sobre el año 1.600 expulsaron sin piedad de sus territorios a los conquistadores españoles y que, sin ningún tipo de soporte, se convirtieron en una de las pocas civilizaciones indígenas que sobrevivieron al mundo moderno.

No importa cuántos se sientan identificados o no, lo que realmente cobra sentido en esta historia hecha arte es la realidad que Hector Lombana quiso transmitir, sus intenciones de llenar un espacio vacío, de aportar un grano de arena para hacer de Santa Marta lo que es hoy en día: cultura, arte, pasión Caribe.





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