lunes, 7 de abril de 2014

En los calzones de una ex prostituta

“Amor de puta y vino de frasco, a la noche gustosos, y a la mañana dan asco” refrán popular.


Por: Andrea Gallardo


Llevo años hablando con una prostituta, pero ella no tiene idea de que yo lo sé y tampoco quiero que lo sepa; ella no vive detrás de un estigma, ella es todo lo contrario de lo que te imaginas al pensar en una “puta”. Aunque llevo años hablando con ella, aun no sé qué es hablar con una prostituta.

De cabello negro tostado amarrado en forma de tomate, de tez oscura y marchita por el sol, de caderas voluptuosas y figura amorfa; como una flor negra en un cultivo de rosas, de mil una y de cien ninguna como ella.


Por las tardes de la soleada samaria ella se pasea entre faldas largas y un trapero por mi casa y esto no es diario, sino solo en aquellas oportunidades cuando su servicio hace falta, y no evito pensar que la madurez de sus años es la foto perfecta de la rudeza de sus rasgos, la gracia de su esencia y la sublimidad de su gesto, pero en aquella ruidosa mueca siempre hay un reflejo de un pasado lúgubre de aquellos que es mejor no recordar y que un tango es capaz de ocultar, y si es preciso ese de Mario Cesar Gomila que entre un son sonar suena como su vida:  


“Las flores negras que me diste un día, nocturnalias tristes de tu gran amor, como ilusiones de la vida mía ya están marchitas de mortal dolor”

Y me pregunto, ¿quién será?, ¿qué pasó debajo de esa falda larga?, ¿quién le hizo eso?, entonces cobro coraje y me acerco a preguntarle, pero un nudo en la garganta y la sangre en mi cabeza solo me dejan pronunciar un “¡Hola!, ¿Cómo estás?” y resaltarle que su abstinencia a su mayor gusto ha funcionado, y no por lo que fue me refirió a una cama y un tipo desconocido, sino a la comida; porque esa mujer de apariencia difícil de exaltar ama y valora día a día un plato de aquello que sabe calmar el hambre, y dice “es que nosotros los pobres no sabemos que es perder un grano de arroz del plato, por eso me cuesta hacer dieta”, y me argumenta “créame que ni siquiera nuestros hijos dejan algo sin comer, ellos saben qué es pasar hambre”.

E insisto en mi cabeza y armo un monólogo de ideas para acercarme a ella y preguntar, pero ¿si ella sabe lo que yo sé, me miraría igual?, ¿nos reiríamos juntas de la misma manera?, pero cómo saberlo sino me arriesgo, entonces me digo qué le digo yo a una ex prostituta cuando ni siquiera sé que es serlo, y cuando digo ex, es porque ya no lo es.
Entonces vienen más interrogantes a mi cabeza ¿por qué lo dejó? ¿Qué descubrió en su mundo del que no somos capaces de hablar?, por tal razón desisto y lo olvido. No lo hice.


En la carrera 10 de la plaza de mercado, entre casetas de ventas y trabajadores del capitalismo hay un grupo de mujeres, que con vidas diferentes tienen algo en común qué contar, eso mismo que a la mujer negra no le he podido preguntar; pero a diferencia estas no han encontrado el motivo para abandonar dicha labor que margina su reputación y denigra su apariencia que con vestidos desarreglados, harapos sucios y maquillaje burdo, no son más que remedos de  señoritas rebeldes.

Entonces camino por calles sucias, rodeadas de la mugre más visceral y los rostros más simpáticos e intimidantes, el olor a pobreza aumenta y el hedor a muerte en vida sobreabunda. Observo mi caminar e intento no ser percibida, pero era imposible; caminaba con una chica que sino la conoces dirías que “papi y mami” le dan todo, y con dos hombres que aceleraban el paso con nosotras en la mitad, y mientras uno más escuálido y agobiante indagaba  por lo que queríamos, el otro robusto y bien vestido se apenaba de lo que hacía.

Entonces, llegamos. Un marco oscuro y mugriento adornaba una estrecha puerta y 23 escaleras a lo alto opacaban la vista de tan triste lugar, la escasa luz que el sol les regalaba incomodaba nuestros pensamientos y encarcelaba a una mujer detrás de unos barrotes, una dama veterana de figura regordeta y pantalones cortos y de su rostro no tengo imagen pues el privado lugar no revelaba su identidad.

‘La grandota’, como la llaman, no quiso hablar. La situación se tornaba incómoda y con cada 10 minutos que pasaban, iba despreciando nuestra intención, con un “no” por respuesta y una ojeada insolente gritaban silenciosamente “atrevidas”.  

Fue un atrevimiento invadir su espacio, pero una cita a las 12 del medio día con aquella que todos conocen y un trato de 10 mil pesos nos aseguraban algo de información.

Volvimos al lugar. Y justo allí estaba ella en esa misma esquina donde las más diligentes aseguran su producción, pero no la noto. Entre la escases de personas, la multitud de mis pensamientos no me dejaban hallarle, pues mi estereotipo de prostituta no se asemejaba a ella, pero la duda sembrada sale a flote, entonces me acerco y pregunto, ¿rres tú?, a lo que ella me contesta “depende de a quién buscas”.

Apartada del miedo y confiada de lo que hacía decidí confirmarle que era aquella que le interesaba conocer de la prostitución, y sorpresivamente exhaló y en tono alto y áspero me imperó con un regaño que jamás ha sido esa su labor, que vende tintos y que en un pasado y sin vergüenza fue mediatriz y que si ignoraba lo que era me lo resumía en “Trabajadora Sexual”.

Simpáticamente sonreí y le ofrecí mis disculpas si al hablar la ofendía y que con gusto corregía mis palabras, entonces  pasó, que mi prevención aumentó y me convencía que a aquella mujer, que a mi casa solía ir, no la iba a ser capaz de entrevistar.

Pero el dialogo con ella me convenció de que la vida te da sorpresas, y que las apariencias engañan; y que más allá de la primera vista, la impresión se puede mejorar. La charla se tornó interesante y entre su carro de tintos las confesiones iban aumentado y detrás de sus lentes redondeados el grifo del alma se abría y entre llantos y confidencias descubrí que la necesidad y un desconsolado amor que la abandonó la arrojó a un charco de pudrición que el invierno hacia cada vez más hondo.


Y para ella siempre llovía a escasos momentos en que sus seis de ocho partos calmaban el tiempo, alegrando su existencia de madre fulana, y que la vida injustamente le cobró sus actos con la muerte de sus dos únicos hijos varones, el único par de hombrecitos que quizás su corazón amaría.

Pues el amor un día la traicionó cuando su primer hombre sigilosamente y sin explicaciones huyó de la responsabilidad de ser su padre; y la golpeó cuando un joven de rodillas pidió ser su compañero de vida, pero que por chismes de que su suegro acabaría con él al enterarse, decidió levantarse y acabar con su promesa a la vez que desvanecía la ilusión de Amanda Celia Redondo García; y la terminó por destrozar cuando vio que su dignidad valía lo que su calzones costaban en un remate de mercado, 10 mil pesos.

Eso es lo que ha costado el ‘ratico’ durante años con Amanda, que sin gusto y sin placer ha satisfecho a muchos hombres. Machos que han destrozado su vida y que han consumido su cuerpo en diferentes posiciones que el Kama Sutra aún no muestra.

Pero ¿por qué llegar a esto? “Mi mamá era una mujer muy amargada, y me vine de Barranquilla a buscar a mi padre.  Cuando llego, me encuentro con mi madrastra que me pone a hacer oficio y me manipulaba para que me metiera a esto. Me indujo tanto que caí”, confesó Amanda, con el rostro humillado.

Fue mucho lo que probó en un mundo sin vergüenza, donde se exhibe una mujer como presa de carne y un hombre como felino rodea el panorama, y que por gusto escoge la que más se acomode a su paladar; entre caricias ajenas al corazón, acuerdan un pago miserable que humilla y vulnera el derecho al buen nombre de una dama.

Entre sábanas de degrado y  fluidos corporales con olor a desprecio, esta mujer tuvo que luchar con su propio asco por avaricia y amor al dinero, pues la costumbre mezclada con interés la obligaba a vivir de su escaza belleza que cualquier macho ganoso pagaba por tener a escasos 20 minutos su miembro viril entre rincones que, sin nombrar, son pornografía a nuestra imaginación.

Más de tres décadas y un lustro en un trabajo en el que no se es feliz, con una vida que esconder y seis hijas de qué ver, no hay reputación que valga ni promesas de miserables que te pagaron una vez para que después se lo des gratis, no existe ni en el mas mínimo pensamiento un rastro de lo que una vez fue amor e ilusión; “35 años en un trabajo de asco y ni una sola mano tendida para ayudarte” recalca Amanda, una mediatriz que no vio salida a su avaricia.

Por amor al dinero se quedan muchas de estas mujeres en este mundo, con la excusa de un futuro mejor para sus hijos, que en el caso de Amanda gracias a Dios ninguno fue producto de un mal cliente o como dice ella “de un polvo que no te satisface”, sus seis hijas fueron producto de intentos de una familia feliz, donde un dicho popular florece en este reflejo de vida “amor de puta y vino de frasco, a la noche gustosos, y a la mañana dan asco”. No duraron mucho, y de ello seis hijas y dos varones muertos quedaron.

Aunque para Amanda ella jamás ha sido prostituta, pues esta es aquella que  se entrega a tantos por placer, y no la que se entrega a muchos por necesidad. Aunque la necesidad en cuatro días se volvió costumbre al dinero fácil. Confesó ésta actual ‘tintera’ en una plaza de mercado y en el fondo una salsa dominicana. Hipocresía e interés es lo que mueve a una prostituta en la cama.

A decir verdad “por la plata baila el perro”, asegura con un refrán popular que traslada el tema a una etapa no muy lejana de su vida,  que entre 5 termos de café  nos confía que es una ex de esta profesión, aunque la sociedad siempre la llame puta.Los recuerdos aún viven pero en la memoria de ella y de algunos clientes. Pues, entre tragos y drogas, no hay un ayer que se conozca.

Por confesiones de esta mujer morena de pañoleta azulosa que envuelve sus crespos y grisáceos cabellos, he de saber que quien en dicho lugar dulce o chance venda, su dignidad también la da.

Ella dice, “tener relaciones por un peso, es una vida muy difícil” y cuando se saca adelante a seis hijas, existe una razón por la cual decir, valió la pena. 

La misma cantidad de termos que su carro arrastra es la de los años de abstinencia a este vicio  que atrapa, en una vida de peligros y suerte; donde las uñas y el coraje son el arma de defensa contra aquellos rufianes que buscan sexo sin pago y que se valen de golpes y armas blancas para recibir su servicio gratuito, que te paga con el agradecimiento de seis hijas que no guardan un reproche.

Pero no todo en la cama es malo, muchas veces se conoce de grandes personas que por hogares destrozados e incomprensivas mujeres, deciden buscar una de estas que los años y los raticos de vida le han dado un título en como “tratar hombres de verdad” asegura una ex chancera que por fachada ocultaba su identidad.

Detrás de boletas de lotería entre billetes se confundían de a 10 mil pesitos por un ratico en un cuarto de la calle 10 donde hoy se sienta y se desahoga con una excusa de egoísmo con los hombres, porque según Amanda Celia “Lo que es pa´ uno, es pa´ uno”, y afirma “no critico a estos hombres que lo buscan a uno, pues en su casa no le dan lo que quieren, pero jamás compartiría mi hombre con otra mujer, por eso le huyo al compromiso”.

Pues mala señal es para la moza cuando la llaman señora, y más aún cuando por años esta ha sido prostituta y, aunque la sociedad la satanice hoy, le da gracias a Dios por librarse de deudas y de mantener hijos; gracias a este sueño alcanzado, consiguió salir de un charco de podredumbre que el verano secó, al igual que sus lágrimas, que al final de esta conversación sonrió y entre palabras gratas con un “muchas gracias” y un “hasta luego” se despidió no recibiendo su acuerdo de 10 mil pesos de pago, porque “10 mil pesos, pueden ser el peor pago de tu vida”.

Me despido de la calle 10 con carrera 11 y sigo mi rumbo con la misma calle pero con diferente ubicación.

Entre bares y mujeres de un mundo bajo, donde las esquinas se convierten en oficinas de relaciones públicas, y donde la cama es una bolsa de empleo que incrementa su sueldo con métodos de satisfacción, las papeletas de aquel mágico y diluido ingrediente se constituyen los gerentes del lugar.

La belleza se acrecienta a medida que la cotización del bar aumenta en gran manera, pues  los ceros a la izquierda de un pago que más que sexual es trivial,  vulgariza con su vestir,  insulta con su andar, degrada el papel femenino en la sociedad y estandariza el prototipo de mujer.

Pues ya no son aquellas de aspecto grotesco, de maquillaje burdo y de harapos, ahora son niñas jóvenes, de un parecer que impacta, de sonrisa brillante, cabellos largos y cuerpos torneados por la naturaleza, chicas que sin más reparo encajarían en cualquier cargo alto de la sociedad y que a simple vista podrías dudar de si es modelo o actriz de novela popular.

Decidida por lo que en las calles me comentan, espero un nuevo amanecer para buscar aquella rosa negra de gran amor y mortal dolor.

Entre las calle del sur este e intermitencias de una cruda verdad, la contaminación del tráfico pesado nublaba mi vista y ensordecía mis palabras, encontrado el lugar;  el aroma a hogar se hacía notar, las rejas doradas aprehendía historias crueles y la novela del más hermoso amor.

Aquella mujer me recibió con una grata sonrisa y entre el polvo de una habitación que yace como si nadie la habitase, el bullicio de aquella brisa que se colaba por el espacio que esa puerta negra de hierro no alcanzaba a cubrir y el relajante sonido de un grifo abierto permitía que las confesiones de una ex prostituta se convirtiesen el diario de una historia de amor y la crónica de una dignidad anunciada.

En un comedor de madera oscura como los ojos de esta flor, un limpión rojo como la sangre que verdea el índice cuando una rosa de un pinchazo traspasa su piel aseaba el lugar y ordenaba cada imagen de un pasado que estremece e irrita el alma en las palabras de esta mujer.  Una por una fue brotando de esos labios que las malas decisiones, dañaron las buenas costumbres.

Así como la manzana que Eva mordió, esta mujer también clavó sus dientes en la podredumbre de una vida indigna, fruto que, como el de Blanca Nieves, se atascó en su garganta y la adormeció por más de una década;  años que no pasaron a ser más que eso, una medida de tiempo que nunca cobró sentido y que sumergió sus anhelos en pesadillas. Zozobra que vivió por más de 30 años dormida.

Su niñez, vida infame e inocente


“Soy huérfana de padre, quedamos solos en este mundo con mi mamá, en un pueblo del que no se conoce mucho, y la escuela fue una ilusión de tan solo 5 años, pues después que nos quedamos sin él no hubo un cuaderno más donde si quiera leer”.

Guajira como las rancherías y caribeña como la “loca” brisa intrépida que sus caderas folclóricas delatan, y que sus ojos reflejan entre las saladas gotas de agua del mar Caribe que sus pupilas dilatan. 

Entre confidenciales historias que una niña ha de soportar, sin un padre y con una madre que debía alimentar a tres pequeñas bocas que el estado no iba a subsidiar; pero las calles de una Dibuya antigua aguardaría por estos tres inocentes que en un separador de la vía principal  negociarían su pedazo de pan con ollas y bolsas que su mamá llenaba con lo que su monedero auxiliaba.

Un amor en tiempos de fornicación

Inocente florecita que la violencia no le permitió estudiar, maduraba con el sol, y buscaba entre su amargo día una aventura que, la vida infame, por las calles de su pueblo no le permitía disfrutar. Pero en el crepúsculo de su sueños se cruzó una salida con fachada de amor, oportunidad con cuerpo de hombre e intenciones de boda; enamorada y valiente, esta mujer decide abandonar su tierra natal y dejar sus raíces por  los brazos de ese hombre.

El calor de un hogar era el consuelo de lo que quedaba atrás y su luna era nueva con cada hijo que de sus entrañas sumaron tres, y nacieron a las orillas del mismo mar, pero en otra esquina del Caribe colombiano, en un lugar que dice ser mágico pero que a ella le resultó  de terror.

Nuevamente la violencia cobraba  venganza, le arrebataron su segundo amor entre una riña callejera y una mesa de billar, pues las botellas de cerveza exasperaban el ánimo de más de uno que, incitados por la rabia, armaron sus argumentos con pólvora e hirieron a quien solo buscó parar y solucionar un malentendido estúpido que la justicia no supo a quién cobrar, pero la vida sí, a esa flor que no conocía el color, solo la negrura de sus días y el eclipse sobre sus sueños.

“Por aquellos golpes de la vida a uno le tocó huir corriendo a la casa de mi madre que se había venido a Santa Marta, me topé con más de una solución”; aseguró una mujer con lágrimas caudalosas entre su rostro. La iglesia, el diablo, la indigencia o una casa de familia, y opto por la última.


Pero con un sueldo que solo alcanzaba para darle de comer a sus hijos, ella se hacía rica pero de vergüenza de no tener con qué ayudar a quien la crió por muchos años, entonces esta aún dama decide saludar la indigencia, visitando las calles miserables de esta Ciudad. Se encuentra con un bar en el que solo mujeres de la vida alegre atendían a hombres con una vida sexual triste.

“Yo decido entrar, pero de mesera”, asegura orgullosa la mujer que frente a mí confesaba que “la situación y la malas compañías me incitaron a este mundo, donde el dinero no falta, pero las ganas de vivir sí”, entonces, involucrada hasta el fondo de este abismo conoció el trago y los riesgos de este mundo, que no solo la maltrataron internamente, sino que agolpearon su rostro, intoxicaron su cuerpo y violaron su intimidad.

Irónicamente, y con sarcasmo, personas le decían “Cristo te ama”, y ella solo pensaba “el vicio me ama”.

Desconcertada por lo que le pasaba, pero seducida por el dinero llegó al mercado con sus hijos, donde vivía y trabajaba de lo mismo, “un día mis hijos se dieron cuenta y me decían: usted que es lo que hace mamá que todo el día se la pasa allí parada y vestida así” me comentaba la mujer que mi casa por días aseaba, por lo que decidió hacerle frente a la situación y argumentar, “miren yo soy lo que ustedes creen una `prostituta´, pero también soy su mamá y lo único que encuentro para seguirles dando lo que les doy es eso, así que escojan el tipo de vida que de ahora en adelante quieren seguir viviendo”, un silencio bastó para saber que accedían a  que su mamá trabajara sin calzones.

Y sin calzones puestos esta mujer conocería a más de un hombre y experimentaría con los cuidados necesarios más de una pose que sexualmente calmaba el hambre y que materialmente apaciguaba los antojos de sus hijos, y  “entre tanta desdicha conocí el diablo” refiriéndose al infierno que un ser humano vive cuando depende de sustancias para vivir,  que malgasta su dinero y su tiempo por un poquito de ese algo y que se rebaja hasta lo más vil por conseguirlo.

Pero el vicio no se la cargó, y gracias al amanecer despertó de sus sueños aunque de manera vergonzosa y entre las sabanas de una residencia, pues el príncipe azul la besó.

Un príncipe diez años menor, de físico atractivo, de corazón humilde, con un compromiso que rompió cuando los labios maltratados de ella besó, la sacó de este lugar y le mostró que en él no solo vería un cliente sino un amor para toda la vida, que no reprochaba lo que hacía y que no juzgaba lo que en ella veía porque amaba lo que por ella sentía y con un susurro cariñoso de halagos, en menos de dos meses la convenció y la hizo su señora sin importarle que había sido de muchos, y sin saber cuántos.

Y como aquel canto de esta flor negra, una estrofa más de Mario César Gómila resucita en la historia de este amor:
“Mi amor estaba así, como dormido;Cuando tú llegaste se despertó,y entre las risas y los gemidosde luz y gloria se iluminó.Después... mil noches de placer y ensueño,tú junto a mí, temblando de emoción.Sublime engaño de saberme dueñode tus encantos, de tu ardiente corazón”

La puerta se abría para esa flor negra que el joven recogió en una cama untada de fornicación y sin calzones se enamoró, con la virtud en el olvido y la dignidad pisoteada, este amor nació recíprocamente, de aquella pasión que ella un día le dio entre la locura y la agonía de la luz en sus ojos este hombre la aseguró suya hasta el día de hoy, que cuentan ya siete años de profundo amor.

Pero más allá de sus malas decisiones esta mujer se perdonó y reconoció que Dios era inocente de lo que ella culpaba como autor de su desgracia, y aunque en un pasado se alimentaba diciendo, "si Dios es realmente un Dios de amor, ¿por qué permite que las cosas se tuerzan de este modo? ¿Cómo puede un Dios de amor enviar a su hija a la prostitución?”, y ella misma se contestó; "¡vaya una locura, que un hombre haga semejante cosa! Pero ¿quién puede explicar las locuras que comete el amor? El amor existe aparte de la razón y según su propia naturaleza, y lo que hizo mi esposo  lo hizo por amor. 

“No cabe duda de que Dios debió de contemplar a distancia lo que yo hacía y me dejó para que yo conociera el amor  de un hombre y el de Dios”, palabras de una ex prostituta que todo cambió y que no solo comprueba que es más fácil llamarla prostituta, que llegar a serla. Así mismo concluyó diciendo que tenemos a un Dios de amor, al corazón humano infiel y el engañoso atractivo del mundo. Y regalándome una cita de la Santa Biblia, "¿quién es sabio para entender estas cosas, y prudente para que las conozca? Ciertamente los caminos de Jehová son rectos, y los justos andarán por ellos. Pero los rebeldes tropezarán en ellos”. (Oséas14:9)

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