“Amor de puta y vino de frasco, a la noche gustosos, y a la mañana dan asco” refrán popular.
Por: Andrea Gallardo
Llevo años hablando con una prostituta, pero ella no tiene idea de que yo lo sé y tampoco quiero que lo sepa; ella no vive detrás de un estigma, ella es todo lo contrario de lo que te imaginas al pensar en una “puta”. Aunque llevo años hablando con ella, aun no sé qué es hablar con una prostituta.
De cabello negro tostado amarrado
en forma de tomate, de tez oscura y marchita por el sol, de caderas voluptuosas
y figura amorfa; como una flor negra en un cultivo de rosas, de mil una y de
cien ninguna como ella.
Por las tardes de la soleada samaria ella se pasea entre faldas largas y un trapero por mi casa y esto no es diario, sino solo en aquellas oportunidades cuando su servicio hace falta, y no evito pensar que la madurez de sus años es la foto perfecta de la rudeza de sus rasgos, la gracia de su esencia y la sublimidad de su gesto, pero en aquella ruidosa mueca siempre hay un reflejo de un pasado lúgubre de aquellos que es mejor no recordar y que un tango es capaz de ocultar, y si es preciso ese de Mario Cesar Gomila que entre un son sonar suena como su vida:
“Las flores negras que me diste un día, nocturnalias tristes de tu gran amor, como ilusiones de la vida mía ya están marchitas de mortal dolor”
Y
me pregunto, ¿quién será?, ¿qué pasó debajo de esa falda larga?, ¿quién le hizo
eso?, entonces cobro coraje y me acerco a preguntarle, pero un nudo en la
garganta y la sangre en mi cabeza solo me dejan pronunciar un “¡Hola!, ¿Cómo
estás?” y resaltarle que su abstinencia a su mayor gusto ha funcionado, y no
por lo que fue me refirió a una cama y un tipo desconocido, sino a la comida;
porque esa mujer de apariencia difícil de exaltar ama y valora día a día un
plato de aquello que sabe calmar el hambre, y dice “es que nosotros los pobres
no sabemos que es perder un grano de arroz del plato, por eso me cuesta hacer
dieta”, y me argumenta “créame que ni siquiera nuestros hijos dejan algo sin
comer, ellos saben qué es pasar hambre”.
E
insisto en mi cabeza y armo un monólogo de ideas para acercarme a ella y
preguntar, pero ¿si ella sabe lo que yo sé, me miraría igual?, ¿nos reiríamos juntas
de la misma manera?, pero cómo saberlo sino me arriesgo, entonces me digo qué
le digo yo a una ex prostituta cuando ni siquiera sé que es serlo, y cuando
digo ex, es porque ya no lo es.
Entonces
vienen más interrogantes a mi cabeza ¿por qué lo dejó? ¿Qué descubrió en su
mundo del que no somos capaces de hablar?, por tal razón desisto y lo olvido. No
lo hice.
En
la carrera 10 de la plaza de mercado, entre casetas de ventas y trabajadores
del capitalismo hay un grupo de mujeres, que con vidas diferentes tienen algo
en común qué contar, eso mismo que a la mujer negra no le he podido preguntar;
pero a diferencia estas no han encontrado el motivo para abandonar dicha labor
que margina su reputación y denigra su apariencia que con vestidos
desarreglados, harapos sucios y maquillaje burdo, no son más que remedos
de señoritas rebeldes.
Entonces
camino por calles sucias, rodeadas de la mugre más visceral y los rostros más
simpáticos e intimidantes, el olor a pobreza aumenta y el hedor a muerte en
vida sobreabunda. Observo mi caminar e intento no ser percibida, pero era
imposible; caminaba con una chica que sino la conoces dirías que “papi y mami”
le dan todo, y con dos hombres que aceleraban el paso con nosotras en la mitad,
y mientras uno más escuálido y agobiante indagaba por lo que queríamos, el otro robusto y bien
vestido se apenaba de lo que hacía.
Entonces,
llegamos. Un marco oscuro y mugriento adornaba una estrecha puerta y 23
escaleras a lo alto opacaban la vista de tan triste lugar, la escasa luz que el
sol les regalaba incomodaba nuestros pensamientos y encarcelaba a una mujer
detrás de unos barrotes, una dama veterana de figura regordeta y pantalones
cortos y de su rostro no tengo imagen pues el privado lugar no revelaba su
identidad.
‘La
grandota’, como la llaman, no quiso hablar. La situación se tornaba incómoda y
con cada 10 minutos que pasaban, iba despreciando nuestra intención, con un “no”
por respuesta y una ojeada insolente gritaban silenciosamente “atrevidas”.
Fue
un atrevimiento invadir su espacio, pero una cita a las 12 del medio día con
aquella que todos conocen y un trato de 10 mil pesos nos aseguraban algo de
información.
Volvimos
al lugar. Y justo allí estaba ella en esa misma esquina donde las más
diligentes aseguran su producción, pero no la noto. Entre la escases de
personas, la multitud de mis pensamientos no me dejaban hallarle, pues mi
estereotipo de prostituta no se asemejaba a ella, pero la duda sembrada sale a
flote, entonces me acerco y pregunto, ¿rres tú?, a lo que ella me contesta “depende
de a quién buscas”.
Apartada
del miedo y confiada de lo que hacía decidí confirmarle que era aquella que le
interesaba conocer de la prostitución, y sorpresivamente exhaló y en tono alto
y áspero me imperó con un regaño que jamás ha sido esa su labor, que vende
tintos y que en un pasado y sin vergüenza fue mediatriz y que si ignoraba lo
que era me lo resumía en “Trabajadora Sexual”.
Simpáticamente
sonreí y le ofrecí mis disculpas si al hablar la ofendía y que con gusto
corregía mis palabras, entonces pasó,
que mi prevención aumentó y me convencía que a aquella mujer, que a mi casa
solía ir, no la iba a ser capaz de entrevistar.
Pero
el dialogo con ella me convenció de que la vida te da sorpresas, y que las
apariencias engañan; y que más allá de la primera vista, la impresión se puede
mejorar. La charla se tornó interesante y entre su carro de tintos las
confesiones iban aumentado y detrás de sus lentes redondeados el grifo del alma
se abría y entre llantos y confidencias descubrí que la necesidad y un
desconsolado amor que la abandonó la arrojó a un charco de pudrición que el
invierno hacia cada vez más hondo.

Pues el amor un día la traicionó cuando su primer hombre sigilosamente y
sin explicaciones huyó de la responsabilidad de ser su padre; y la golpeó
cuando un joven de rodillas pidió ser su compañero de vida, pero que por
chismes de que su suegro acabaría con él al enterarse, decidió levantarse y
acabar con su promesa a la vez que desvanecía la ilusión de Amanda Celia
Redondo García; y la terminó por destrozar cuando vio que su dignidad valía lo
que su calzones costaban en un remate de mercado, 10 mil pesos.
Eso
es lo que ha costado el ‘ratico’ durante años con Amanda, que sin gusto y sin
placer ha satisfecho a muchos hombres. Machos que han destrozado su vida y que
han consumido su cuerpo en diferentes posiciones que el Kama Sutra aún no
muestra.
Pero
¿por qué llegar a esto? “Mi mamá era una mujer muy amargada, y me vine de Barranquilla
a buscar a mi padre. Cuando llego, me
encuentro con mi madrastra que me pone a hacer oficio y me manipulaba para que
me metiera a esto. Me indujo tanto que caí”, confesó Amanda, con el rostro
humillado.

Entre
sábanas de degrado y fluidos corporales
con olor a desprecio, esta mujer tuvo que luchar con su propio asco por
avaricia y amor al dinero, pues la costumbre mezclada con interés la obligaba a
vivir de su escaza belleza que cualquier macho ganoso pagaba por tener a
escasos 20 minutos su miembro viril entre rincones que, sin nombrar, son
pornografía a nuestra imaginación.
Más
de tres décadas y un lustro en un trabajo en el que no se es feliz, con una
vida que esconder y seis hijas de qué ver, no hay reputación que valga ni
promesas de miserables que te pagaron una vez para que después se lo des
gratis, no existe ni en el mas mínimo pensamiento un rastro de lo que una vez
fue amor e ilusión; “35 años en un trabajo de asco y ni una sola mano tendida
para ayudarte” recalca Amanda, una mediatriz que no vio salida a su avaricia.
Por
amor al dinero se quedan muchas de estas mujeres en este mundo, con la excusa
de un futuro mejor para sus hijos, que en el caso de Amanda gracias a Dios
ninguno fue producto de un mal cliente o como dice ella “de un polvo que no te
satisface”, sus seis hijas fueron producto de intentos de una familia feliz,
donde un dicho popular florece en este reflejo de vida “amor de puta y vino de
frasco, a la noche gustosos, y a la mañana dan asco”. No duraron mucho, y de
ello seis hijas y dos varones muertos quedaron.
Aunque
para Amanda ella jamás ha sido prostituta, pues esta es aquella que se entrega a tantos por placer, y no la que
se entrega a muchos por necesidad. Aunque la necesidad en cuatro días se volvió
costumbre al dinero fácil. Confesó ésta actual ‘tintera’ en una plaza de
mercado y en el fondo una salsa dominicana. Hipocresía e interés es lo que
mueve a una prostituta en la cama.
A
decir verdad “por la plata baila el perro”, asegura con un refrán popular que
traslada el tema a una etapa no muy lejana de su vida, que entre 5 termos de café nos confía que es una ex de esta profesión,
aunque la sociedad siempre la llame puta.Los
recuerdos aún viven pero en la memoria de ella y de algunos clientes. Pues,
entre tragos y drogas, no hay un ayer que se conozca.
Por
confesiones de esta mujer morena de pañoleta azulosa que envuelve sus crespos y
grisáceos cabellos, he de saber que quien en dicho lugar dulce o chance venda,
su dignidad también la da.
Ella
dice, “tener relaciones por un peso, es una vida muy difícil” y cuando se saca
adelante a seis hijas, existe una razón por la cual decir, valió la pena.
La
misma cantidad de termos que su carro arrastra es la de los años de abstinencia
a este vicio que atrapa, en una vida de
peligros y suerte; donde las uñas y el coraje son el arma de defensa contra
aquellos rufianes que buscan sexo sin pago y que se valen de golpes y armas
blancas para recibir su servicio gratuito, que te paga con el agradecimiento de
seis hijas que no guardan un reproche.
Pero
no todo en la cama es malo, muchas veces se conoce de grandes personas que por
hogares destrozados e incomprensivas mujeres, deciden buscar una de estas que
los años y los raticos de vida le han dado un título en como “tratar hombres de
verdad” asegura una ex chancera que por fachada ocultaba su identidad.
Detrás
de boletas de lotería entre billetes se confundían de a 10 mil pesitos por un
ratico en un cuarto de la calle 10 donde hoy se sienta y se desahoga con una
excusa de egoísmo con los hombres, porque según Amanda Celia “Lo que es pa´ uno,
es pa´ uno”, y afirma “no critico a estos hombres que lo buscan a uno, pues en
su casa no le dan lo que quieren, pero jamás compartiría mi hombre con otra
mujer, por eso le huyo al compromiso”.
Pues
mala señal es para la moza cuando la llaman señora, y más aún cuando por años
esta ha sido prostituta y, aunque la sociedad la satanice hoy, le da gracias a
Dios por librarse de deudas y de mantener hijos; gracias a este sueño alcanzado,
consiguió salir de un charco de podredumbre que el verano secó, al igual que
sus lágrimas, que al final de esta conversación sonrió y entre palabras gratas
con un “muchas gracias” y un “hasta luego” se despidió no recibiendo su acuerdo
de 10 mil pesos de pago, porque “10 mil pesos, pueden ser el peor pago de tu
vida”.
Me
despido de la calle 10 con carrera 11 y sigo mi rumbo con la misma calle pero
con diferente ubicación.

La
belleza se acrecienta a medida que la cotización del bar aumenta en gran
manera, pues los ceros a la izquierda de
un pago que más que sexual es trivial,
vulgariza con su vestir, insulta
con su andar, degrada el papel femenino en la sociedad y estandariza el prototipo
de mujer.
Pues
ya no son aquellas de aspecto grotesco, de maquillaje burdo y de harapos, ahora
son niñas jóvenes, de un parecer que impacta, de sonrisa brillante, cabellos
largos y cuerpos torneados por la naturaleza, chicas que sin más reparo encajarían
en cualquier cargo alto de la sociedad y que a simple vista podrías dudar de si
es modelo o actriz de novela popular.
Decidida
por lo que en las calles me comentan, espero un nuevo amanecer para buscar
aquella rosa negra de gran amor y mortal dolor.
Entre
las calle del sur este e intermitencias de una cruda verdad, la contaminación
del tráfico pesado nublaba mi vista y ensordecía mis palabras, encontrado el
lugar; el aroma a hogar se hacía notar,
las rejas doradas aprehendía historias crueles y la novela del más hermoso
amor.
Aquella
mujer me recibió con una grata sonrisa y entre el polvo de una habitación que
yace como si nadie la habitase, el bullicio de aquella brisa que se colaba por
el espacio que esa puerta negra de hierro no alcanzaba a cubrir y el relajante
sonido de un grifo abierto permitía que las confesiones de una ex prostituta se
convirtiesen el diario de una historia de amor y la crónica de una dignidad
anunciada.
En
un comedor de madera oscura como los ojos de esta flor, un limpión rojo como la
sangre que verdea el índice cuando una rosa de un pinchazo traspasa su piel
aseaba el lugar y ordenaba cada imagen de un pasado que estremece e irrita el
alma en las palabras de esta mujer. Una
por una fue brotando de esos labios que las malas decisiones, dañaron las
buenas costumbres.
Así
como la manzana que Eva mordió, esta mujer también clavó sus dientes en la
podredumbre de una vida indigna, fruto que, como el de Blanca Nieves, se atascó
en su garganta y la adormeció por más de una década; años que no pasaron a ser más que eso, una medida
de tiempo que nunca cobró sentido y que sumergió sus anhelos en pesadillas. Zozobra
que vivió por más de 30 años dormida.
Su niñez, vida infame e inocente
“Soy
huérfana de padre, quedamos solos en este mundo con mi mamá, en un pueblo del
que no se conoce mucho, y la escuela fue una ilusión de tan solo 5 años, pues
después que nos quedamos sin él no hubo un cuaderno más donde si quiera leer”.
Guajira
como las rancherías y caribeña como la “loca” brisa intrépida que sus caderas
folclóricas delatan, y que sus ojos reflejan entre las saladas gotas de agua
del mar Caribe que sus pupilas dilatan.
Entre
confidenciales historias que una niña ha de soportar, sin un padre y con una
madre que debía alimentar a tres pequeñas bocas que el estado no iba a subsidiar;
pero las calles de una Dibuya antigua aguardaría por estos tres inocentes que
en un separador de la vía principal
negociarían su pedazo de pan con ollas y bolsas que su mamá llenaba con
lo que su monedero auxiliaba.
Un amor en tiempos de fornicación
Inocente
florecita que la violencia no le permitió estudiar, maduraba con el sol, y
buscaba entre su amargo día una aventura que, la vida infame, por las calles de
su pueblo no le permitía disfrutar. Pero en el crepúsculo de su sueños se cruzó
una salida con fachada de amor, oportunidad con cuerpo de hombre e intenciones
de boda; enamorada y valiente, esta mujer decide abandonar su tierra natal y
dejar sus raíces por los brazos de ese
hombre.
El
calor de un hogar era el consuelo de lo que quedaba atrás y su luna era nueva
con cada hijo que de sus entrañas sumaron tres, y nacieron a las orillas del
mismo mar, pero en otra esquina del Caribe colombiano, en un lugar que dice ser
mágico pero que a ella le resultó de
terror.

“Por
aquellos golpes de la vida a uno le tocó huir corriendo a la casa de mi madre
que se había venido a Santa Marta, me topé con más de una solución”; aseguró
una mujer con lágrimas caudalosas entre su rostro. La iglesia, el diablo, la
indigencia o una casa de familia, y opto por la última.
Pero
con un sueldo que solo alcanzaba para darle de comer a sus hijos, ella se hacía
rica pero de vergüenza de no tener con qué ayudar a quien la crió por muchos
años, entonces esta aún dama decide saludar la indigencia, visitando las calles
miserables de esta Ciudad. Se encuentra con un bar en el que solo mujeres de la
vida alegre atendían a hombres con una vida sexual triste.
“Yo
decido entrar, pero de mesera”, asegura orgullosa la mujer que frente a mí
confesaba que “la situación y la malas compañías me incitaron a este mundo,
donde el dinero no falta, pero las ganas de vivir sí”, entonces, involucrada
hasta el fondo de este abismo conoció el trago y los riesgos de este mundo, que
no solo la maltrataron internamente, sino que agolpearon su rostro, intoxicaron
su cuerpo y violaron su intimidad.
Irónicamente,
y con sarcasmo, personas le decían “Cristo te ama”, y ella solo pensaba “el
vicio me ama”.
Desconcertada
por lo que le pasaba, pero seducida por el dinero llegó al mercado con sus
hijos, donde vivía y trabajaba de lo mismo, “un día mis hijos se dieron cuenta
y me decían: usted que es lo que hace mamá que todo el día se la pasa allí
parada y vestida así” me comentaba la mujer que mi casa por días aseaba, por lo
que decidió hacerle frente a la situación y argumentar, “miren yo soy lo que
ustedes creen una `prostituta´, pero también soy su mamá y lo único que
encuentro para seguirles dando lo que les doy es eso, así que escojan el tipo
de vida que de ahora en adelante quieren seguir viviendo”, un silencio bastó
para saber que accedían a que su mamá
trabajara sin calzones.
Y
sin calzones puestos esta mujer conocería a más de un hombre y experimentaría
con los cuidados necesarios más de una pose que sexualmente calmaba el hambre y
que materialmente apaciguaba los antojos de sus hijos, y “entre tanta desdicha conocí el diablo”
refiriéndose al infierno que un ser humano vive cuando depende de sustancias
para vivir, que malgasta su dinero y su
tiempo por un poquito de ese algo y que se rebaja hasta lo más vil por
conseguirlo.
Pero
el vicio no se la cargó, y gracias al amanecer despertó de sus sueños aunque de
manera vergonzosa y entre las sabanas de una residencia, pues el príncipe azul
la besó.
Un príncipe diez años menor, de físico atractivo, de corazón humilde,
con un compromiso que rompió cuando los labios maltratados de ella besó, la
sacó de este lugar y le mostró que en él no solo vería un cliente sino un amor
para toda la vida, que no reprochaba lo que hacía y que no juzgaba lo que en
ella veía porque amaba lo que por ella sentía y con un susurro cariñoso de
halagos, en menos de dos meses la convenció y la hizo su señora sin importarle
que había sido de muchos, y sin saber cuántos.
Y
como aquel canto de esta flor negra, una estrofa más de Mario César Gómila
resucita en la historia de este amor:
“Mi amor estaba así, como dormido;Cuando tú llegaste se despertó,y entre las risas y los gemidosde luz y gloria se iluminó.Después... mil noches de placer y ensueño,tú junto a mí, temblando de emoción.Sublime engaño de saberme dueñode tus encantos, de tu ardiente corazón”
La puerta se abría para esa flor negra que el
joven recogió en una cama untada de fornicación y sin calzones se enamoró, con
la virtud en el olvido y la dignidad pisoteada, este amor nació recíprocamente,
de aquella pasión que ella un día le dio entre la locura y la agonía de la luz
en sus ojos este hombre la aseguró suya hasta el día de hoy, que cuentan ya
siete años de profundo amor.

“No cabe duda de que Dios debió de contemplar a distancia
lo que yo hacía y me dejó para que yo conociera el amor de un hombre y el de Dios”, palabras de una
ex prostituta que todo cambió y que no solo comprueba que es más fácil llamarla
prostituta, que llegar a serla. Así mismo concluyó diciendo que tenemos a un Dios de amor, al corazón humano infiel y el
engañoso atractivo del mundo. Y regalándome una cita de la Santa Biblia,
"¿quién es sabio para entender estas cosas, y prudente para que las
conozca? Ciertamente los caminos de Jehová son rectos, y los justos andarán por
ellos. Pero los rebeldes tropezarán en ellos”. (Oséas14:9)
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