martes, 16 de septiembre de 2014

Cuando menos lo esperaba

La muerte es el regalo más hermoso que nos brinda la vida. 


Por: Yiseth Rodríguez




Todo comenzó un 25 de abril. Un intempestivo golpe llamó a mi puerta. Me dirigí de forma veloz a ver quién interrumpía la tranquila noche que cobijaba mis sueños. Y qué sorpresa fue verlo a él, mi mejor amigo debajo de un cielo estrellado y una brisa que acariciaba su rostro, contaminado por una mirada caída y triste, como la de un niño cuando le arrebatan un dulce.

Se acercó a mí, con su voz titubeante y ronca. De lo que me dijo en ese momento, sólo pude entender: -¡nena lo siento!, y sí que lo sentía. Sus ojos demostraban que de verdad estaba arrepentido. De hecho, por un instante pensé en enojarme con él, por levantarme a esa hora, pero luego comprendí que hablaba con el corazón. La verdad no entendía por qué se disculpaba  conmigo, la levantada no era suficiente  para excusarse tan hondamente. Después de unos segundos  de verlo con lágrimas en los ojos y con sus manos sudadas, comprendí que lo que tenía que decirme era muy importante, así  que lo invité a pasar. Siguió con pasos inseguros y lentos, como si tuviera miedo de estar ahí. De repente se detuvo, y como un rayo me jaló y plasmó un beso en mi boca.


En ese instante no supe qué hacer y me deje llevar, pero ese momento mágico duró poco, debido al miedo de ser descubiertos; aunque eso no fue excusa para que él declarara ese sentimiento que lo quemaba por dentro  y que calló por miedo a perder una amistad de toda la vida. Muy confundida, decidí pedirle que se fuera de mi casa, pues no sabía qué hacer ante esa situación, muchas cosas se me pasaron por la mente, como mi relación sentimental.

A la expectativa

Los días pasaban y no sabía nada de él, sólo escuchaba los comentarios de mis amigas quienes siempre hablaban de forma parcial de él. Yo me encontraba en una gran penumbra, el recuerdo de aquel beso le daba brillo a mis días. Hasta que un día, sin esperarlo, lo vi, iba con sus zapatos blancos, su bermuda beige, el suéter azul y la gorra que le regalé para su cumpleaños. Quise llamarlo, pero no tuve el valor para hacerlo, sólo una sonrisa me hizo entender que me gustaba y mucho. Sin embargo, como un fuerte aguacero, que cae de repente, recordé que entre él y yo cabía únicamente una amistad, pues en esos momentos yo tenía una relación.

Pasaron días, meses; hasta que un 21 de octubre llegó a buscarme  a mi casa pero yo no estaba. -“Qué irónica es la vida”, dije cuando mi mamá me contó que él había llegado a buscarme. Después de esa exclamación existencial, inmediatamente fui corriendo a su casa a dos cuadras de la mía y con el poco aliento que me quedó de esa carrera pregunté por él y no estaba. Desilusionada por no verlo regresé a mi casa molesta y refunfuñando por el camino. Imprevistamente, cuando llegué a la esquina, vaya  sorpresa me llevé, estaba sentado en el registro del agua que está al pie de la reja de mi casa.

Emociones

Sentí una suave brisa que aliviaba mi alma. Mientras caminaba hacia él mi corazón palpitaba más y más rápido, mi respiración se sentía a distancia, mis ojos reflejaban la alegría que sentía al verlo, y algo me dijo que él sentía lo mismo: sus manos sudadas y sus ojos brillantes decían más que mil palabras. Sin pensar en lo que dijeran los demás, decidimos ir a comer; mirándolo a los ojos le pregunté dónde quería ir, le recalqué que íbamos hacer lo que él quisiera.  Y así fue, fuimos a Taykú, un restaurante de comida rápida donde él había trabajado tiempo atrás. Instaurados en ese lugar, empezamos a hablar, él me contaba chistes e historias que le habían sucedido, nunca en mi vida había reído tanto como lo hice ese día.

Después de una deliciosa comida emprendimos una caminata sin rumbo, y aunque las calles estaban inundadas y la noche estaba fría, sólo importaba él y yo. Hablamos de tantas cosas que yo desconocía; me enteré que tenía un tatuaje en la espalda del escudo de Unión Magdalena, que estuvo enamorado de mi desde que tenía uso de razón, tantas cosas que  me dejaron atónita. Hablaba con una determinación que me hacía pensar en una sola pregunta: por qué rayos tenía que pasarme esto ahora, por qué no me dijo esto tiempo atrás.

En ese instante no quería buscarle respuesta a mis interrogantes, sólo quería estar a su lado. El momento de regresar a casa llegó y con un largo beso me despedí. Un susurro llegó a mis oídos diciendo: -“te quiero, gracias por esta noche tan maravillosa nunca la voy a olvidar”. Desde lejos se escuchó un silbido, era mi madre quien me estaba esperando sentada en la mecedora con mis perros; antes de entrar a la casa planeamos ir a la playa a las cinco de la tarde del día siguiente. Con gran emoción recuerdo la hora y su sonrisa pícara.

Lo que nadie espera…

Al día siguiente me despierto con una gran tristeza y de mal humor, de inexplicable procedencia. Aun así, emprendí mi viaje a la universidad con el deseo que pasara rápido el día para volverlo a ver. Esa tarde regresé deprisa a casa esperando que se hicieran las cinco, hora en la que habíamos quedado para salir.

Faltando tres minutos para las cinco suena el teléfono de la casa. Corrí a contestarlo, pero algo extraño me sucedió, me quedé congelada como si me hubiesen lanzado un balde con agua, y de repente una fría y tenebrosa brisa me envolvió. Cuando por fin me armé de valor levanté la bocina del teléfono y lo coloqué en mi oído. Sin decir una sola palabra solo escuché un fuerte llanto, una parte de mí sabía que algo malo había pasado pero el otro lado no lo quería aceptar. Cuando reaccioné era una amiga que me llamaba para avisarme que él había muerto,  yo no lo creía y le tiré el teléfono. La negación me abarcó, sentí como si todo mi mundo se fuera en un abismo, todo ese mundo de colores que él creó para mí se volvió oscuridad.

Empecé a correr, no encontraba el freno de mis pies, lo único que me interesaba era volver a verlo, así que me fui hacia la clínica para ver con mis propios ojos la cruel realidad por la que estaba pasando, pero cuando llegué  sólo encontré  lágrimas y dolor y nada más fui capaz de decir: -“qué paso”. Su mamá me agarró fuerte las manos y me contó que salvarle la vida a su primo, le costó la de él. Ya había terminado su trabajo junto con su primo, y un compañero les pidió que lo ayudaran porque tenía que irse a acudir a su hija enferma. Su primo no quería pero él le dijo: -“vamos a ayudarle, tú nunca sabes cuándo necesites que alguien te ayude a ti”. En ese momento un cable de alto voltaje envolvió a su primo y él lo único que pudo hacer fue pegarle con un palo, pero fue tanto el voltaje  de ese cable que lo cogió a él, cayendo desplomado en una pila de arena. 

Fue en ese momento cuando entendí que la vida es un regalo prestado que Dios le da al ser humano. Es necesario decir las cosas antes que sean demasiado tarde, no sabemos cuándo llegará la hora de partir de este mundo a uno mejor.


A la memoria de Nelsón Sánchez Villa
Un amigo que murió siendo un héroe…


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